Imagen
Una pintura o una fotografía no son un simple simulacro de algo. Más allá de una pincelada o de un encuadre hay una intención para dar forma a la realidad o captar algo de ella dándole un sentido que emana de lo más íntimo de nuestro ser y que surge directamente de la esencia que compartimos con el TODO. Jugar con una imagen, elaborándola o disfrutándola, es una expresión del lenguaje del arte y, ejercitándolo, estamos hablando de lo desconocido a través de la representación subjetiva de algo real.
Capas de Coll de Nargó
En estas imágenes salta a la vista un atributo común a todas ellas: la perspectiva escalonada que nos empotra en el paisaje hasta el fondo profundo de la escena. En todas ellas se sitúa en primer plano un objeto (en una un bosque, en otras un pueblo, en otras una roca…) desde el cual, aprovechando las irregularidades o aparentes capas de la naturaleza, nos adentramos en ese entorno hasta tener la sensación de perdernos en el infinito del cielo del fondo.
Cada uno de nosotros vive en su propio hábitat existencial delimitado por un espaciotiempo muy concreto, constreñido y cercano. Y, desde esta situación, divisamos aquello que hay más allá de nosotros, en la mayoría de las ocasiones sin aventurarnos demasiado lejos del entorno que nos da seguridad. Pero a veces tomamos conciencia de que más allá de lo familiar hay más y más escenarios que se van desplegando desde nuestra propia individualidad hasta el infinito. Este ensanchamiento no es sólo sensorial –cuando, por ejemplo, alargamos la vista en un paisaje, como sería el caso de estas imágenes, o cuando dejamos que la mirada se pierda en el horizonte del mar- sino también mental y especulativo –cuando detectamos que más allá del conocimiento de nuestra realidad, en gran parte avalado por las aventuras intelectuales de la ciencia que nos expande los límites de lo grande y de lo pequeño entre los cuales estamos atrapados, existen más y más capas de conocimiento que todavía están es estado virgen para nuestro conocimiento y, más aún, que nos muestran un camino hacia un infinito que sabemos que nunca llegaremos a aprehender-.
Estas imágenes son una metáfora, o tal vez una representación real, de esa línea hacia lo desconocido cuyo origen está en nuestra consciencia y con un final que se pierde en lo absoluto. Misteriosamente en estas fotografías se capta lo concreto de lo cercano y la indeterminación que se va diluyendo cuando la perspectiva se va extendiendo. A diferencia de una imposible argumentación racional de lo que somos en medio de un contexto incierto e ininteligible, en cada uno de estos paisajes se puede leer el misterio de nuestra propia incertidumbre.
La noche estrellada de Van Gogh
Van Gogh revela a través de este cuadro el atormentado malestar interior que estaba experimentando encerrado en un sanatorio pocos meses antes de su temprana muerte. Parece como si su agitada noche interior se trasladara a ese cielo convulso ocupado por estrellas espesas y un superlativo planeta Venus que se adaptan a una Vía Láctea hecha espiral, retorcida y dinámica. Realza esta convulsión el contraste entre la quietud de la villa y los olivos que la rodean en la oscuridad y la presencia de inquietantes cipreses que parecen conectar la tierra con el cielo. El trazado de este paisaje emerge de manera natural de la esencia del ser del pintor, como si fuera empujado por el ímpetu de todos esos sentimientos de desesperación existencial que le dominaban en aquellos momentos.
Lo que no comprendemos de nosotros, que justamente es el nexo que nos une con el infinito que nos contiene, puede ser expresado por medio del arte. En este caso es mediante efluvios de sentimientos dolorosos, pero es posible hacerlo con emociones impregnadas de gozo o satisfacción. Así, la emoción nos conecta con el TODO. En una obra como la de este soberbio artista o en la de otros podemos “ver” la vivencia personal de su fusión particular con el infinito en un momento temporal determinado y, curiosamente, sentir al mismo tiempo el eco de nuestra propia vivencia.
Horizontes de Vilanova
Detrás de cualquier fotografía hay una intención que incita al dedo a apretar el obturador. Quien lo hace no busca captar simplemente un trozo de realidad sino extraer de ella un sentimiento o una idea. En este caso la inmensidad del horizonte y la inclusión de una pequeña persona expectante está tomada con la aspiración de representar la difusa relación entre el hombre y el absoluto inacabable. Pero la interpretación de esta imagen, como de cualquier otra, siempre es traducida por un observador a su propia perspectiva, que en muchas ocasiones nada tiene que ver con la intención primigenia del autor.